sábado, 17 de septiembre de 2011

AYUDAR, SALVAR, AMAR

Dios mandó a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por El.

La gloria de Dios es que el ser humano viva (san Ireneo), es la voluntad de Dios, el sueño de Dios para el mundo y para cada uno de nosotros. Dios no quiere la condena del mundo, sino su salvación, que su mismo Hijo se haya hecho hombre como nosotros para nacer y vivir como nosotros, enseñándonos el amor y la misericordia y entregando la vida por todos, incluso por los que lo envían a la cruz, es el mayor acto de amor, inimaginable para cualquiera de nosotros.

Tu vida también puede ser una condena del mundo o una labor para que el mundo se salve, para que la vida inunde a cada una de las personas que se relacionan contigo y de forma expansiva a toda la humanidad.
Tu puedes ser salvación. Es lo que Dios espera de tí. Como hace el jardinero con la planta, el Señor ha pensado en tí desde toda la eternidad y te ha sembrado en el lugar que sabe es el mejor para tí y allí solo espera que crezcas, florezcas e inundes todo tu alrededor con tu buen hacer.
Si en tu circunstancia concreta das testimonio del amor cambiarás el mundo. A veces pensamos que las grandes situaciones de dolor, de sufrimiento, de pecado que existen, no las podemos cambiar ya que por su magnitud nos superan. Es el gran engaño del Tentador, es el engaño en el que no cayó el Señor cuando fue provado en el desierto; "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Dios no ha hecho pequeños y por ello nosotros nos creemos inútiles y estamos tentados a no hacer nada, pero ese es el gran error, "la fuerza se manifiesta en la debilidad, me basta tu gracia". Dios nos ha hecho pequeños, porque en la pequeñez está el poder y la grandeza del amor. 
Dios ama al mundo entrañablemente, como solo un padre o una madre pueden amar. Dios nos ama desde el comienzo de la creación, desde todas sus criaturas. Nos está llamando y dando signo de su amor desde la naturaleza, desde todos los seres humanos; en ellos desea ser amado y servido.
Plantéate cada día, cada momento, ¿cómo puedo amar y servir aquí y ahora en el mundo, en las situaciones que me toca vivir? Da gracias por tu pequeñez y ten la seguridad que en ella está tu fuerza.
Si de verdad amo a Jesús, si de verdad creo que su amor se derrama por mí, no hay respuesta, no hay mejor respuesta que amarlo en los hermanos, en los pobres y necesitados, en los que no cuentan y los que menos parecen la imagen de Dios, porque en ellos son el icono más claro de Jesús.

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