sábado, 26 de noviembre de 2011

ADVIENTO, TIEMPO DE SER SAMARITANOS


Se abre el Año Litúrgico con las cuatro semanas que comprende el tiempo de Adviento. En este periodo, la espiritualidad cristiana se centra en la renovación de la esperanza en los fieles. Es verdad que el objeto principal de nuestro esperar no son los bienes de esta vida, que “la herrumbre y la polilla corroen y los ladrones desentierran y roban” (Mt 6,19), sino el mismo Jesucristo como garantía para lograr los bienes prometidos.

Pero a la vez, nuestra condición de “espíritu encarnado” requiere satisfacer las necesidades más elementales, de ahí que el Señor Jesús enseñará a sus discípulos a rogar al Padre por “el pan nuestro de cada día”.

Sin embargo, en la actualidad estamos viviendo una crisis globalizada de la “sociedad del bienestar”, que había creado tantas esperanzas humanas en la mayoría de los ciudadanos. ¿Qué es lo que nos ha conducido a este abismo? Han contribuido de manera decisiva el vivir por encima de nuestras posibilidades económicas, la codicia colectiva y la corrupción institucional y personal. Luego vendrán los análisis de los expertos políticos, económicos y financieros, que expondrán concienzudos estudios, que el gran público no entiende, y que los medios de comunicación los despachan en grandes titulares. Lo cierto es que, en estos momentos, el pueblo llano experimenta confusión, incertidumbre y auténtica angustia. Porque ya son muchos los millones de personas que, en un corto espacio de tiempo, se han visto sin trabajo y están viviendo verdaderas tragedias familiares. Esto está originando un clima de agresividad creciente que puede hacer peligrar las bases mismas de las instituciones democráticas.

Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el beato Juan Pablo II había puesto en guardia contra el peligro de una idolatría del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza no son ni pueden ser simples mercancías”. En muchas ocasiones fue tachada la Iglesia Católica de aguafiestas, cuando denunciaba que “la simple Europa de los mercaderes”, que prescindía de sus raíces cristianas, estaba llamada al fracaso ¡Desgraciadamente estamos asistiendo a su cumplimiento!

Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate, ha mostrado cómo la actual crisis no es solamente de naturaleza económica y financiera sino, ante todo, de tipo moral, además de ideológica. La economía, sea personal o corporativa, tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento.

Y no una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona, que evite tanto el individualismo como el utilitarismo, y la prometeica ideología tecnócrata.

¿Qué puede hacer el cristiano ante esta situación? Si se está en condiciones de aportar iniciativas emprendedoras, hacerlo. Y siempre cumplir estrictamente los deberes ciudadanos, porque éstos se dirigen hacia la solidaridad. Ello no agota el cumplimiento de la esperanza, porque los cristianos están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo (Carta a Diogneto). Además, se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes (Ibid.) porque viven de, por y para la caridad.

La Iglesia, cuidadosa Madre de sus hijos, encauza el caudal samaritano hacia los más necesitados de esta situación como puedan ser: los parados, los sin techos, los desamparados y desesperados…mediante la ayuda personal y de las organizaciones caritativas, que tanto bien están haciendo a la sociedad.

Esta es la respuesta que pide el Adviento, que las exigencias materiales estén presentes también en el ámbito de la esperanza. Ella nos libra del pesimismo inoperante y del desaliento. Incita a la superación, facilita la revisión de nuestro camino personal y comunitario. Estimula a buscar nuevas reglas que eviten los abusos y fomenten la sobriedad. Y por último, dilata el alma en la espera la bienaventuranza eterna. En definitiva, el realismo esperanzador dinamiza las culturas, cambia los corazones y transforma las estructuras.

Carta firmada por:
+ Juan del Rio Martín, Arzobispo Castrense

jueves, 3 de noviembre de 2011

LA CARIDAD ACTIVA ANTE LA CRISIS

Los datos que en estos últimos días ha presentado la Encuesta de Población Activa, en relación al desempleo, son apabullantes. Estamos batiendo records en el número de parado y ante la frialdad de las estadísticas, que en este momento ni siquiera se perciben como frías, sino como hirvientes, está el drama humano de cada una de las personas, de las familias que se encuentran en esta terrible situación.
Cinco millones de parados, o 4.360.926 personas para ser exactos es el resultado del aumento de 144.700 personas en el tercer trimestre del año, lo que ha situado la tasa del desempleo en el 21,52%, porcentaje que en el peor de los casos hace unos años era imposible de imaginar. Solo un tercio de la población española tiene trabajo.
Tenemos 2.117.300 personas que perdieron su empleo hace más de un año, el 42,5%, casi la mitad, del total de los que no tienen trabajo.
Como siempre las mujeres llevan las de perder ya que la tasa de paro femenina es mayor que la masculina, un 22,10% frente al 21,04% de varones.
Cuando nos centramos en nuestra Andalucía, el número de personas paradas ascienden ya 1.232.900 personas, con lo que superamos el 30% del total de nuestra población, pero no solo eso, en este periodo, el 37,3% de los nuevos desempleados son residentes en nuestra Comunidad. Con respecto a los parados de larga duración hemos llegado a la cifra alarmante del 48%, casi la mitad del total de los desempleados 592.200 personas. Con estos número de denota claramente que el paro es una lacra estructural en nuestra sociedad andaluza. Estos números provocan que cerca de 400.000 hogares lo forman familias andaluzas en la que todos sus miembros están sin  empleo.
Al contemplar nuestra diócesis de Sevilla,  tenemos 257.500 personas en paro, el 28% de la población de nuestra provincia, con 87.200 familias en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo. En el último mes en Sevilla se han destruido 7.000 empleos.
El panorama es sombrío, fruto de una estructura social que solo tiene presente los beneficios económicos y la persona queda supeditada ser un elemento más en la cadena productiva. Hay que ser consciente de que cada uno de nosotros con nuestra actitud, con nuestras opciones de vida, con nuestros valores, podemos inferir en mantener este forma de gestionar la economía y el mundo o mediante acciones concretas, pequeñas, pero contundentes en nuestro ámbito podemos ir trabajando para que el fondo que ha provocado esta crisis vaya destruyéndose y apareciendo una sociedad más sostenible, más justa, más humana, más cristiana. Si de verdad creemos en el Señor de la Vida hemos de contemplar su manera de actuar, en lo pequeño, en lo que no cuenta a los ojos del hombre, pero que es grandeza a los ojos de Dios.
No podemos perder la esperanza, no es tiempo de perdedores y no en el sentido economicista, sino en el sentido cristiano. En este tiempo de dureza, los cristianos tenemos la gran tarea de llevar los valores del Evangelio, sembrar a tiempo y destiempo ante los que tenemos al lado, con la esperanza que nos da la fe en Cristo, con ayuda de poner todas las capacidades con que el Señor nos ha dotado para echar una mano a los más débiles, con la denuncia profética, en la confianza de que se cumplirá el Libro del Apocalipsis “ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron y no amaron tanto su vida, que temieran la muerte”, el “a Dios rogando, pero con el mazo dando”, pero mejor dicho.