miércoles, 21 de diciembre de 2011

Los Reyes Magos


Estela era una niña de nueve años que vivía con su madre Yolanda. Su familia quedaba muy lejos y hacía años que había perdido todo contacto con ella.

Se acercaban las fiestas de Navidad, Fin de Año, y el Día de los Reyes Magos; días felices para muchos, pero difíciles para otros. La crisis económica aquel año había hecho perder a Yolanda su trabajo, complicando así el mes de diciembre que tanto le gustaba a su hija.

Un día, antes de que finalizaran las clases, Estela llegó a casa muy ilusionada: ya sabía lo que iba a pedirle a los Reyes Magos. Yolanda, que sólo pensaba en cómo conseguir el sustento del día a día, no pudo evitar exaltarse con Estela.

- Estela, los Reyes Magos no creo que puedan venir este año. Hay muchos niños que los necesitan más que... nosotras.

- Pero los Reyes Magos pueden cumplirlo todo, mamá.

- A veces... verás...

- Confía en mí, mamá -la joven sonreía, ilusionada.

- Estela, ¡los Reyes Magos no existen! ¿Vale? -Yolanda se llevó las manos a la boca y, luego, cubriendo sus ojos, empezó a llorar.

La pequeña, entristecida, se fue a su colchón y se envolvió en la manta para dormir. Los Reyes Magos existían, y se lo iba a demostrar.

Habían acabado las clases. Estela recorría las calles vestidas de luces para las fechas señaladas que se aproximaban. La gente, trajeada, iba de una tienda a otra comparando precios, regalos, y esas cosas que se hacen, en ocasiones, sin ver más allá que el simple afán de consumismo. Los artistas incomprendidos en la sociedad salían entonces a tocar sus instrumentos, a pintar sus cuadros, a envolver con su magia la gran avenida por la que la joven caminaba feliz. Reparó, de casualidad, en un señor mayor que hacía sonar un viejo violín astillado. No lo hacía muy bien, pero eso no le impedía seguir tocando.

Estela, maravillada, dejó caer en su gorra parte de las monedas que llevaba. Él sonrió. Y ella continuó su camino.

Había dibujado un cuento para su madre con folios y colores que le habían dado en la escuela. En él, aparecía una pulsera, y eso era lo que ella buscaba en los distintos comercios. Llegó a una pequeña plaza entre dos grandes edificios, donde un grupo de pequeños puestos ambulantes vendía mochilas, carteras, colgantes, pendientes, faldas, bufandas, pañuelos y... pulseras; una de ellas, muy bonita.  Preguntó el precio, y se sintió bien al comprobar que le llegaban sus ahorros. Introdujo, pues, su mano en el bolsillo.

- Oh, no...

No había nada. Sólo un agujero ocupaba el lugar donde debía estar el dinero. La joven abrió los ojos, asustada, y después de asegurarse de que no lo llevaba encima, empezó a buscar por el suelo. Tenía que encontrarlo. Daba igual cómo, no importaba cuándo. Regresó sobre sus pasos, intentando comprobar cada resquicio del suelo, pero había demasiada gente y apenas podía detenerse sin que la empujaran de un lado a otro.

Llegaba ya al comienzo de la avenida, sin resultado alguno, cuando el señor del viejo violín dejó de tocar. Estela no se había dado cuenta, pero le miró de casualidad, y él aprovechó para preguntarle qué le ocurría.

- He perdido el dinero. No puedo llevarle un regalo a mi madre. Ella tiene que saber que los Reyes Magos existen... -sin poderlo remediar, se echó a llorar.

El hombre, amable, le apartó con delicadeza las manos del rostro y le mostro su mano abierta y vacía, la cerró, e hizo aparecer una linterna. Así, los dos, juntos, buscaron las monedas perdidas... pero no las encontraron.

Estela, tranquila, mas muy triste, tiró del brazo de su nuevo amigo, que estaba agachado, y le dio las gracias.

- Estela, tu nombre suena a estrella... ¿sabías que fue una estrella la que guió a los Reyes Magos hasta el niño Jesús?

- Sí, me lo han contado en el cole.

- Tengo una idea, y una pulsera. Verás, la perdió una niña hace mucho, mucho tiempo. Una niña como tú. Quiero que te la quedes, y se la regales a tu madre. De parte de los Reyes Magos.

- Pero esa niña la estará buscando.

- Hay personas que dejan de buscar antes de haber empezado...

- Eso es triste.

- Si te la llevas, harás feliz a esa niña que la perdió, ya lo verás.

- Muchas gracias.

Estela tomó la pulsera y se marchó a casa.

Llegó la Navidad y Estela le regaló el cuento que había hecho a su madre, alegando que había que celebrar el nacimiento de Jesús. Yolanda, con esfuerzo, elaboró un delicioso pastel de galletas y chocolate. Disfrutaron de un dulce día de Navidad cantando villancicos y olvidando, por un momento, las dificultades de la vida.

Al caer la noche, Yolanda le acariciaba el pelo a su hija:

- Cariño, siento lo que dije el otro día.

- No te preocupes, mamá.

- No quiero que te pongas triste si no vienen los Reyes.

- Van a venir, mamá.

Yolanda suspiró, besó sus cabellos y se marchó.

Llegó el año nuevo y con él, nuevos días, y pronto, nuevas ilusiones. El 6 de enero hizo aparición con un amanecer de esos en los que el sol se luce cual pintor y tiñe de colores el cielo, y de brillo las flores con gotas de rocío. Yolanda había tejido un jersey azul con un oso panda bordado, apoyado en una nube. Cuando Estela se levantó y vio a los pies de su cama la prenda, se vistió con ella y, con la mejor de sus sonrisas, fue a despertar a su madre:

- ¡Mamá, mamá! ¡Los Reyes te han traído algo!

Yolanda, extrañada, se incorporó en la cama. Su hija le tendía algo envuelto en un pañuelo de tela. Lo tomó.

- Estela, cariño...

- Yo no he sido, mami. Han sido los Reyes.

Desenvolvió la ofrenda, quedando sorprendida, anonadada por lo que estaba viendo. Era una pulsera de cuero, unida por tres monedas plateadas en las que salían representados, con un dibujo, el oro, el incienso, y la mirra.

- ¿Te gusta, mami?

- ¿Dónde...?

- Me la dio un señor, de parte de los Reyes Magos.

Estela no se había imaginado la posibilidad de que la niña que había perdido esa pulsera tanto tiempo atrás, fuera su madre, Yolanda.

Quizás nos apresuramos demasiado en afirmar que la magia no existe. ¿No son acaso reales las ganas de quien ofrece un regalo? ¿Y la ilusión de quien lo recibe? Claro que sí. En este cuento era un señor con un viejo violín. Cada 6 de enero en el que una persona consigue una sonrisa en otra, se convierte en los Reyes Magos más auténticos que podamos encontrar.

¡Felices fiestas!
María Beltrán Catalán

domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Qué es ser excluido? “Lo que nadie quiere”.

El Seminario Menor de Sevilla visita el Centro Amigo


 Apenas llevaba un mes siendo voluntaria en Cáritas Diocesana de Sevilla cuando me ofrecieron la oportunidad de ir en nombre de Comunicación a Centro Amigo, con motivo de la visita del Seminario Menor de Sevilla, para sacar fotografías del evento.

En realidad es sorprendente lo rápido que puedes sentirte parte de algo. En Comunicación me acogieron con ganas, y rápidamente empezaron a contar conmigo de verdad. Supongo que sentirse útil para los demás, para Dios, es una sensación irremediablemente hermosa.

Hacía apenas dos días que había acudido a Centro Amigo para conocerlo. Era un centro de acogida para personas sin hogar, inmerso en un proyecto llamado Vínculo en el que se incluyen otros dos centros para atender a otras necesidades. En Centro Amigo se ofrece alojamiento, alimento, educación, formación, etc., no con un carácter asistencial, sino promocional, con el fin de reinsertar en la sociedad, de nuevo, a estas personas. Al conocerlas, empecé a cuestionarme aspectos en los que, posiblemente, no había pensado antes: ¿cuándo una persona deja de ser persona? ¿Cuándo un derecho deja de ser derecho? ¿Desde cuándo la posesión material y económica hace más humana a las personas, y menos a quienes nada de eso tienen? ¿Quién se cree con derecho a juzgar la suerte de estas personas, sin haberse puesto en sus zapatos?



Cuando llegó el Seminario Menor y se unió a la merienda con los acogidos y voluntarios, hubo un momento en el que me di cuenta de que no sabría distinguir a un acogido o acogida de un voluntario o voluntaria. Y eso está bien, porque nadie es mejor o peor, sino diferente. ¡Qué valor tener voluntad para salir de la calle! ¡Pero qué bondad también para quienes de manera altruista colaboran a que esto sea posible!
El Seminario Menor es un grupo de jóvenes con vocación al sacerdocio, y con el apoyo de unos sacerdotes-formadores y un padre espiritual, van descubriendo cuál es la llamada concreta del Señor a seguirle. La primera impresión que tuve fue de sorpresa. Chavales de 13 a 18 años entraban por la puerta del Centro.

Después de la merienda, hubo una charla en la que se les explicó cómo funcionaba Centro Amigo, y se les permitió espacio para hacer preguntas sobre las inquietudes o dudas que pudieran tener. Algunas de las reflexiones que tuvieron lugar en aquel encuentro fueron... ¿Qué es ser excluido? “Lo que nadie quiere”. ¿Nacen las personas excluidas? Algunas sí, y otras no, depende de las condiciones familiares y contextuales de la persona. Si todos somos ciudadanos, todos deberíamos tener derecho a serlo de verdad, sin embargo, esto no es así.
Centro Amigo se encarga también de la educación de estas personas en cuanto a las relaciones sociales: cómo respetar el turno de palabra, cómo pedir una cita, cómo hablar, cómo dormir... Y el colectivo al que atiende es aquel que se encuentra olvidado, “el que nadie quiere”, del que nadie se ocupa; de las personas que llevan más de ocho o diez años en la calle y han perdido todo lazo de unión con la sociedad.

El sacerdote que acompañaba a los jóvenes, dijo que la labor de Cáritas, de Centro Amigo, era diferente a las demás, ya que no “se ayuda” a las personas, sino que “se las ama de corazón y con la fe”.

Después se les enseñó la casa, hasta culminar en la pequeña capilla (una habitación pequeña, con Cristo en la cruz frente a la puerta, con velas en un pequeño altar y sillas alrededor pegadas a la pared). Apenas entrábamos todos. Yo me quedé en la puerta. Fui testigo de lo hermoso que es ver a jóvenes arrodillarse ante la cruz, sintiendo la fe que emana de sus actos. Fue uno de estos chicos quien me ofreció el poema que íbamos a leer antes de la oración conjunta. Profunda, bella, y escrita por las personas en acogida.

Al acabar, llegó el momento de la despedida. Hablé con uno de los chicos del Seminario Menor. Creo que si tuviera que resumir sus palabras a mi pregunta de ¿qué te movió a acercarte al mundo del sacerdocio?, lo haría así “porque siento que es la manera en la que Dios quiere que me dé al mundo”. Hay personas que parecen realmente tocadas por Dios, que ya hablen o callen, trasmiten una sensación de paz, de seguridad, que otras no. Este chico fue quien, tras haber preguntado qué me movía a ser voluntaria, me citó el siguiente fragmento bíblico, llegando a emocionarme:

34 Entonces el rey dirá a los de su derecha: ‘¡Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde el comienzo del mundo! 35 Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; 36 estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme. 37 Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos?, 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? 40 Y el rey les dirá: en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis.” (Mateo 25, 34-41)

Quizás deberíamos replantearnos la manera en la que tratamos (si es que llegamos a tratarlas) a las personas que no tienen hogar y viven en la calle. Si somos de esos que pasan de largo, como si no fueran nadie; o somos conscientes de que tienen nombre, historia (pasado), y un futuro incierto, como nosotros. Si sabemos que son personas maltratadas por una sociedad que ha olvidado al ser humano, por un mundo que parece haber elevado el capital económico por encima de nuestras cabezas. Si somos conscientes de que no debemos aceptar que siga habiendo personas en la calle, que no podemos asumir esa realidad como algo inmutable. Dios está siempre y en todas partes, llamándonos a  actuar, a darnos al prójimo, “a amar de corazón y con la fe”, porque sólo así se cambia el mundo. Y aunque a veces sintamos que lo que hacemos, no sirve de nada, podemos recordar las palabras de nuestra Madre Teresa de Calcuta: “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.”
Que Dios os bendiga.
María Beltrán Catalán
Miembro del equipo de Comunicación
Cáritas Diocesana de Sevilla