El tiempo de Adviento es un buen momento para reflexionar
sobre la venida del Señor y algunos de las implicaciones que ello conlleva a la
vida de los creyentes.
Jesús es la concreción real de la misericordia de Dios y en
con su venida ha hecho realidad palpable la cercanía y solidaridad del Altísimo;
se ha presentado el modelo creíble de la opción por los pobres y
necesitados.
Realmente la Encarnación del Verbo es un empobrecimiento de
Dios, porque el Hijo se vacía de los recursos del poder y de la majestad del
mundo, para convertirse en “El pobre por antonomasia”, el que se despeja de su
interés propio para entregarse a la misión que el Padre le había encomendado,
para no cerrarse en sus propias conveniencias, sino para actuar en favor de los
demás, siendo servidor y no servido por los demás.
Para Jesús la pobreza se convierte en una forma de vida, que
hace presente lo más particular de su persona y de la vez del mismo ser de
Dios: estar abierto a los demás, eliminar barreras de la exclusión y de la
marginación, acoger al que se encuentra solo y abandonado, despojarse de lo
propio para compartir, renunciar a las riquezas que se obtienen a costa de los
demás y ofrecer lo suyo siempre para compartir. El acercamiento y la
solidaridad en la vida de Jesús llegan hasta el nivel de identificarse con los
más pobres, a hacerse pobre con los pobres.
A nuestro alcance tenemos la gran analogía entre la
presencia de Jesús en la Eucaristía y en los pobres. El pan consagrado y
compartido en la misa, es el cuerpo entregado del Señor. Desde la Eucaristía nos está llamando para
que como el samaritano nos hagamos prójimos, porque Él está en los pobres y en
ellos quiere ser atendido.
Ojalá sea este nuestro regalo, ante esta navidad.
¡Ven, Señor Jesús! Necesito tu venida a mi corazón, Señor. Ayúdame a convertirme.
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