Era bien tarde y recibí la llamada de un párroco. Noté rápidamente
que estaba preocupado, quizá nervioso. El tema era que, como a muchos de
nuestros sacerdotes, esa tarde se le había presentado una persona a la que el
mundo se le volvía oscuro, a la que todas las puertas se les mantenían
cerradas, pero con esa intuición que tiene nuestro pueblo, sabía que la Iglesia
siempre las tiene abiertas para la escucha y la ayuda.
Se había quedado embarazada y no quería abortar, había
apostado por la vida, pero no sabía cómo; la acababan de echar del trabajo, de
mala forma, con engaños de tal manera que no tendría derecho a percibir las
prestaciones sociales previstas para estos casos. No tenía nada ni a nadie.
Al conocer el caso entendí la preocupación del sacerdote, buen
pastor estaba cargando sobre sus hombros con el dolor que traía esa chica,
sintiendo toda la injusticia que estaba sufriendo y la apuesta tan valiente que
había realizado, quizá, en contra de la mentalidad que quieren sea imperante.
¿Qué hacer, cómo actuar, quizá si la justicia pudiese hacer
algo?, y me lanzó la pregunta ¿conoces a alguien, a algún abogado que nos pudiera
ayudar?, de los honorarios yo los asumiré, con seguridad me dijo. Pusimos el
tema en las manos del Misericordioso.
A la mañana siguiente, haciendo memoria de los laboralistas
de los que sabía por mi anterior ocupación, me lancé a la calle. Me presenté en
el despacho de uno de ellos; sabía que el titular no me conocía, yo, por distintas
causas, sí sabía de él. Estaba en los juzgados, me dijo la gestora que me
atendió y me preguntó que deseaba. Sin reparos le conté la historia, hasta
donde sabía, quizá no todos los
elementos para un análisis jurídico, pero era igual, rápidamente me respondió
que informaría al letrado tan pronto volviese, le dejé mi teléfono y me marche.
No había comenzado la tarde cuando recibí su llamada, un
poco extrañado quizá, pero dispuesto a asumir el tema. Comenzamos a hablar y lo
primero que me dijo que siendo un caso que le planteaba la Iglesia, tanto sus
servicios como todas las acciones que fuesen precisas realizar serían asumidas
por él. Con gracia me dijo que era cristiano aunque “no muy beato”.
Cuanto acabamos la charla llamé al sacerdote y le conté,
estábamos pletóricos. Él se lo dijo a la chica y la esperanza empezó a florecer.
El caso se resolvió favorablemente. Gracias a Dios y a este
laboralista, que fue su instrumento, la
chica ha podido tener a su hijo y poco a poco, con la ayuda de la comunidad
parroquial a través de cáritas y de su pastor, está “encarrilando” su vida y ha
podido disfrutar de la baja maternal que le querían robar, pudiéndose
incorporar próximamente a una vida normalizada.
El ser buen pastor, el no ser “muy beato” pero si
misericordioso y compasivo, se han convertido en instrumentos del Señor. El
buen samaritano se viste de mil maneras, pero sigue siendo el ejemplo para
cambiar el mundo desde la pequeñez del cristiano que desde abajo, transforma la
realidad, con hechos que pueden parecer insignificantes, pero que son portadores
de vida, y como prueba el nacimiento de ese niño de una madre cargada de
esperanza.
Si nos mirásemos el corazón quienes trabajan o somos voluntarios en Cáritas... No por nosotros, sino por la misericordia y la gracias de Dios. "No soy yo (podría haber dicho el laboralista) es Cristo quien actúa (vive) en mí".
ResponderEliminarLeyendo estos testimonios, la esperanza vuelve a hacerme sonreír.
ResponderEliminarUn abrazo