El mundo es el lugar en el que se revela la realidad de
Dios, en cualquier momento, en cualquier lugar, solo es preciso que tengamos
los ojos abiertos, que seamos capaces de apreciar la belleza, la verdad, la
realidad que se nos hace presente de mil maneras y formas.
La vorágine en la que vivimos a veces nos impide apreciar lo
pequeño lo cual, pasa desapercibido e ignorado frente a lo llamativo y
ostentoso. Tenemos ceguera de lo pequeño, de lo sencillo, pero es ahí, en la
fragilidad, en lo que no cuenta es donde más está Dios. Seguimos deseando ser
como dioses y por tanto huimos la mirada de los pobres, pues nos muestran un
manera de ser de Dios que no nos gusta, que nos descoloca, nos desubica y nos
desnuda.
Pero los pobres están ahí, son los vicarios de Cristo,
iconos de Dios en los que Él espera la misericordia, ante los que no pide
juicios sino solidaridad y caridad.
Ver en el pobre a Cristo, el lugar en el que Dios quiere ser
servido nos ha de llevar a actitudes concretas; no es la pobreza un estigma que
tienen determinadas personas a las que hemos de dar una bolsa de alimentos,
sino el resultado de una serie de situaciones de injusticias que las han
abocado a padecer esta realidad. Al igual que para luchar contra los incendios
lo prioritario es realizar actuaciones que eviten que se produzcan y en caso de
que esto ocurra eliminar los focos y solo después ir contra las llamas, la
verdadera lucha contra la pobreza ha de dirigirse en combatir la causas que la
producen.
De singular importancia es trabajar la dimensión política de
la caridad, trabajar porque existan políticas integradoras y no paliativas, que
se actúe con y desde las personas necesitadas como artífices de su propia
historia, no siendo cómplices de la injusticia, con el silencio, la prudencia y
la pasividad.
La sensibilidad con los más vulnerables ha de ser estilo de
los cristianos. Siguiendo el ejemplo de Jesús, es prioritario darse, antes que
dar, pues si no ponemos en el encuentro cercanía y amor, reducimos al hermano a carencias y
necesidades.
Hemos de recuperar en el encuentro con el otro, pues la
humanización de las relaciones es lo que dignifica el contacto con el otro. Es
lo que el Papa Francisco llama la “projimidad”
Lo que transforma la vida de cualquier persona es el amor
recibido, la del que lo da y la del que lo recibe, por eso para ser verdaderos
testigos de Cristo y transformadores de la sociedad hemos de tener presente los
valores del Evangelio, el mandato del “amor fraterno”, el espíritu de comunión,
la construcción juntos el Reino y siempre hacerlo “como a ti mismo”.
No podemos vivir la caridad si no vamos antes al Maestro de
la Caridad que con su Palabra nos ayuda, dirige, orienta, generando en nosotros
las actitudes de un verdadero servicio liberador.