Es habitual culpar de lo que pasa a otros o a la sociedad
como un todo impersonal, en donde la responsabilidad se diluye, pero ante
tragedias como las que sufren miles de mujeres y niñas que gritan pidiendo
justicia y liberación ante la trata de personas, no podemos quedarnos
impasibles ni mirar hacia otro lado. Es una forma más de servidumbre y
esclavitud que colisiona con la defensa de los derechos de la persona y la percepción
del ser humano como creado a imagen y semejanza de Dios.
El Protocolo de Palermo del año 2000 define la trata de
personas como: «la captación, transporte, traslado, acogida o recepción de
personas, recurriendo a la amenaza, al uso de la fuerza u otras formas de
coacción, al rapto, fraude, engaño, abuso de poder o de una situación de
vulnerabilidad, o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener
el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de
explotación».
Pero más que definiciones o cifras tenemos que poner rostros
a estas vidas marcadas por situaciones injustas e infrahumanas, donde a las
personas se les trata, no mercancías objeto del mercado:
- La Organización Internacional del Trabajo (OIT), tabula en 1.200.000 las menores, principalmente niñas, que están siendo víctimas de la trata.
- Por otro lado, a nivel mundial 2.500.000 de personas son introducidas anualmente en la trata de personas, de las que 500.000 mujeres y niñas su destino de Europa, donde serán explotadas sexualmente.
- Save The Children y de la Red Española contra la Trata de Personas, informan que cada año, entre 40.000 y 50.000 mujeres y niñas, la mayoría en edades comprendidas entre 18 y 25 años, procedentes de Marruecos, África subsahariana, países del Este, Brasil y Centroamérica, son víctimas de la trata de seres humanos, engañadas y traídas a España, donde «hay una gran demanda».
Los tratantes de esta nueva forma de esclavitud, buscan a
sus víctimas entre las personas más vulnerables y por tanto, la pobreza es un factor determinante de
vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad de las personas que sufren la trata, afecta
en particular las mujeres, ya que estas sufren un mayor empobrecimiento por las
condiciones adversas de acceso al mercado de trabajo, su extensa dedicación a
tareas reproductivas y no remuneradas, su déficit de alimentación, educación, atención
sanitaria y su menor dotación de activos económicos, sociales y culturales. El deseo
de mejorar las precarias situaciones de vida que tienen, empuja a mujeres de
países pobres a emigrar para mantener a sus familias, siendo susceptibles de
ser captadas por tratantes. Por tanto la “feminización” de las migraciones supone
una estrategia de supervivencia para muchas mujeres de países pobres.
La finalidad de explotación es la que ha servido para
identificar las manifestaciones de la trata y por tanto a sus víctimas que
pasan por la explotación sexual, la explotación laboral y el tráfico de órganos.
No podemos olvidar otros sectores, que habitualmente tenemos muy cercano, como
el servicio doméstico, agricultura, talleres de confección, mendicidad…
La trata ocasiona un gran sufrimiento físico, mental,
emocional y social. El precio que pagan las víctimas es mucho mayor que las
deudas económicas que les imponen los tratantes.
La pobreza está abocando a muchas personas a sufrir la trata
de seres humanos de múltiples formas, todas ellas implican un trato degradante
o inhumano, y con ello, la vulneración de bienes jurídicos personalísimos, como
el derecho a la vida, la salud, la libertad y la seguridad, la libertad sexual,
la intimidad, etc. Es evidente la necesidad de integrar la perspectiva de los
derechos humanos en el enfoque de la lucha contra la trata así como en la articulación
de las posibles soluciones. Es evidente que sin un trabajo de cada uno de
denuncia contra estas situaciones y de solidaridad con las víctimas, tanto las
que lo sufren en nuestros entornos, como en los países de origen, este comercio
inhumano continuará.
El papa Francisco está librando una cruzada contra la trata
de personas y en su Mensaje de 1 de enero de 2015 decía:
“«Anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad»,
la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo
partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el
camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a
reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la
humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad, como nos
lo muestra la historia de Josefina Bakhita, la santa proveniente de la región
de Darfur, en Sudán, secuestrada cuando tenía nueve años por traficantes de
esclavos y vendida a dueños feroces. A través de sucesos dolorosos llegó a ser
«hija libre de Dios», mediante la fe vivida en la consagración religiosa y en
el servicio a los demás, especialmente a los pequeños y débiles. Esta Santa,
que vivió entre los siglos XIX y XX, es hoy un testigo ejemplar de esperanza
para las numerosas víctimas de la esclavitud y un apoyo en los esfuerzos de
todos aquellos que se dedican a luchar contra esta «llaga en el cuerpo de la
humanidad contemporánea, una herida en la carne de Cristo».
En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su
puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se
encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como
personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en
la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que
elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la
explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por
indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por
razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo,
participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que
son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una
sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos,
cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar
nuestras vidas en relación con esta realidad.”
Globalicemos la fraternidad, no la esclavitud ni la
indiferencia.
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